lunes, 15 de febrero de 2010

¿De qué sirven los suspiros?


Aliento de mi alma, brillo de mis deseos, esperanza de mi corazón, locura de mi razón, refugio de mi lamento... mis suspiros... ¿adónde partís? ¡Tan lejos!
¿De qué servís, suspiros, de qué servís? Vosotros que no vais a ninguna parte porque ya no tenéis adónde ir, decidme, ¿en qué triste hueco ahogáis vuestro mudo sollozo?
Vosotros que le aulláis al eco con la amarga esperanza de ser escuchados y correspondidos por su insípida imitación que nada es, y anheláis que su dulce voz arrope el hálito que habéis perdido.
Vosotros que os creéis fuertes sin ser más que un leve rumor del viento huyendo de la prisión que toda criatura alberga en lo más profundo de su ser.
¿Dónde morís, suspiros, dónde morís? Vosotros a los que Bécquer abandonó al capricho del aire, pues aire sois y vais al aire.
¿Quién guarda vuestro secreto más que vosotros mismos? ¿Quién sospecha vuestras razones o intenciones, propósito o destino? ¿Por qué nacéis? ¿Por qué vivís? ¿Por qué morís? Decidme a mí, que ya lo sé, decidme a mí, que os conozco mejor que vosotros mismos. Confesadme por qué o por quién, mentidme si lo creéis necesario, pero habladme.
Porque si nacen y viven por ti, necesariamente por ti han de morir, llorando de alegría al ver por fin cumplido el triste destino de besar la piel que el viento al que van acarició suavemente, sin darse cuenta de que tú pasabas a su lado.