lunes, 6 de julio de 2015

Mariposas VII: Sin consistencia

Hace tiempo que no veo una sonrisa verdadera en tu hermoso rostro. Si te miro, si te veo, si te pienso, siempre luces triste, decaída, ausente. De este lado del silencio solo escucho el manantial de tus ojos destilando agua y sal. Cuando te observo de lejos, tus cuencas escarlatas me ablandan porque intuyo una reciente desilusión que nació en tu corazón. Labios secos, estancados y morados sobre un lecho de infelicidad. Mirada fija, infinita, eterna, vacía, mustia como si fuera el fin, un abismo, un precipicio… Preparo excusas para hablarte, me hago la tonta, como si fuera así; miro al suelo, te sonrío, acaricio tu pelo y me apoyo en un rincón imaginario por si así… por si así… pero… pero… aun así no consigo hacerte sonreír. Daría… Daría mi mundo entero solo por verte un día feliz y feliz y feliz sin más. Cuando me pides que te espere, desarmas las tontas excusas de las que en vano me he intentado servir para alejarme de ti, y rompes el fino hilo que me ata a mí misma para no caer en la trampa de tu fantasma, para no quemarme con tus ojos, tu carita bonita, tus gestos, toda tú… y me duele porque sé que deseas morir. Duele tanto escucharte decirlo. Es un dolor tan fuerte que se asemeja a una espada que atraviesa mi corazón y me arranca un pedacito de alma. No recuerdo si recuerdas que hace poco me confesaste «no quiero morir». Tus palabras, tan extrañas, me dejaron un sabor de boca dulce, como si la caja de pandora, harta de herirme, me prometiera verdadera esperanza, y me inundó una sensación de felicidad que hacía tiempo yacía ausente. No te alejes, no me dejes, quédate, quédate simplemente cerca de mí. Apóyate en mi hombro. No sanaré tus heridas, pues no soy maga, pero te prometo escucharte y cuidarte siempre contra dragones de mundos imaginarios que disfrazados de bordes afilados, hambre, sangre, dolor o culpabilidad, amenazan tu tranquilidad. Deseo volver a verte, con desfachatez y algo más, besarte, abrazarte, perderme en ti arrancando de mi interior una espinita que tantos y tantos años ha permanecido clavada en mi corazón que ya ni sabía que seguía ahí. Háblame, mírame, siénteme, hazme partícipe de tus más profundos, descarados y pervertidos secretos. Prométeme que darás punto partida a la guerra contra tus males porque sí, porque eres fuerte y valiente, y que si en sueños o realidades te encuentras contigo misma de frente no te atacarás, sino que te abrazarás y juntas lucharéis por ti y venceréis también por ti. Solo por ti. No pelees, aunque conozco tu costumbre, contra ti misma porque sabes que eso solo te llevará a ser infeliz y a encontrar excusas para no existir. Y ahora, en el momento del fin de este escrito caótico y a veces sin sentido, no cuestiones mis cuestiones porque las reinvento cada día al amanecer cuando tu rostro pasa por mi mente. No te preocupes, ya se acabó, te dejo respirar libre, lejos de mi presencia que quizá te mate, no seré más insistente, solo te pido, como un deseo a una estrella fugaz, que luches, que pienses, que llores, que rías, que dudes sobre todos tus pensamientos y verdades incuestionables, en fin, que vivas… Ah, y por si te sientes sola, si necesitas ayuda, recuerda, aquí estoy, en el hueco de tu corazón donde tú me hayas colocado y me consientas coexistir.