domingo, 1 de septiembre de 2013

Cobarde

Una muchacha joven, adolescente, de unos 15-16 años, camina sola por un parque con la cabeza gacha, los pelos pegados a la cara, tratando de disimular sus lágrimas. De repente, se topa con un papel tirado en el suelo. Es un folio arrugado, rasgado, escrito con tinta azul y una letra precaria. Sin saber por qué, se sienta en el primer banco que encuentra. El viento sopla fuerte, aunque es cálido, típico del estío sevillano. La muchacha desenrolla el papel, curiosa, como si el destino lo hubiera llevado hasta ella, y trata de unir los trozos rasgados. Sin más, comienza a leer: Se acabaron los buenos días y las buenas noches. Se acabaron... Se acabron los mensajes porque sí, las sonrisas porque sí también, y las tardes de calor por las calles de Sevilla. Se acabaron los mimos en muchos sentidos, los besos eternos, las risas tontas, el ansia, el deseo... Si existe la felicidad, murió en soledad. Quizá la gente no crea en la felicidad porque no surge por sí sola si no que hay que crearla. Tú la creabas para mí día a día, sin darte cuenta, como si ignoraras el poder de tu sonrisa, tus caricias, tu mirada... Como si ignoraras que la felicidad flotaba en el aire, a tu alrededor, como un aroma pegadizo y atractivo, con solo verte sentada en la otra punta de la habitación en la que trataba de desdeñarte para que nadie se diera cuenta de por qué sonreía como una tonta. Tengo la sensación, y suelo acertar con ellas, de que me arrepentiré toda la vida de no haber sido lo suficientemente valiente como para arriesgarme a zambullirme en esa felicidad que emanas. Errar es de humanos. Cagarla más. Mis especialidades son errar, cagarla y, sobre todo, ser una cobarde. Porque nunca fui lo suficientemente valiente para rellenar ese hueco con nombre que se interponía entre las dos. Porque tenía miedo, mucho miedo, de ti. Porque quien crea felicidad también puede crear la mayor desdicha. Y ese es mi miedo, y por ende mi sino: ser una cobarde solitaria. Nos hemos hecho daño. Sin embargo, creo que nunca directamente, siempre a través de terceros, y tres son multitud. A mí, que tanto me cuesta sentir de verdad, el hecho de tener problemas físicos o como quieran llamarse, solo me reafirma en lo importante que eres para mí, en que desde hacía años nadie me hacía sentir así de bien ni de mal ni de nada... Dicen que no se aprecia algo hasta que se pierde. Es cierto. También dicen que la tristeza es el único sentimiento que te hace darte cuenta de lo que realmente te importa. También es cierto, al menos según mi experiencia. Aunque si te he causado dolor, lo siento de corazón, me duele a mí más que a ti, el karma ya se encargará de devolvérmelo... ya se está encargando. Yo solo quería hacerte sonreír, crear en ti esa felicidad que tú creabas para mí. Pero quizá no sea lo suficientemente fuerte para conseguirlo. Quien no arriesga no gana pero tampoco pierde. Se queda en el mismo lugar, observando, como si de peón negro -por decir algún color- de ajedrez se tratara, que no aparta los ojos de la reina de color blanco, envelesado en su belleza, en su sonrisa, en toda ella... sin ver el peligro que le acechan alrededor el resto de las piezas blancas que se están amotinando en su contra, y a sabiendas de que si se atreve a acercarse más a la reina corre el riesgo de que ella lo engulla como a un simple peón que es. Pero le da igual. Se conforma con mirarla de lejos. Porque es un cobarde. Aunque podría hacerse fuerte si se encontrara con la mirada de la reina, pero eso no depende solo de él. Y si se encontrara con esa mirada, ¿quién puede negarle quizá el atreverser a acercarse, a soñar, a vivir... ATREVERSE A VIVIR, ARRIESGARSE AL DOLOR Y AL GOZO? Arriesgarse con los cinco sentidos, con el corazón y el alma. Arriesgarse con las ganas, con las desganas, con los momentos malos y con los buenos. Confiar en el otro, en que si necesitas algo ahí estarás, en que siempre estará a tu lado. Y cuando a tientas busco la esperanza, un trozo de razón entre imginación y fantasías, me doy cuenta de que solo son pedazos rotos de pasado, de recuerdos, de momentos perdidos que inútilmente trataré de atrapar día y noche para volver a revivirlos y sentirte a mi lado. Mientras tanto duermo, como en los cuentos de hadas, esperando a que un beso extraviado despierte mi alma y mil mariposas liberen mi dormido y maldito corazón. A veces se me pasa por la cabeza la idea de pedir una oportunidad. Pero supongo que no soy tan valiente como para eso tampoco y, además, ¿qué reina blanca escucharía a un peón negro? ¿Por qué el peón negro tiene que pedir algo? No pido. Pero espero. No pido. Pero espero. No pido. Pero espero con esa esperanza marchita que nunca logré arrancar de lo más hondo de mi ser... A lo lejos se oye el eco de un corazón que palpita lento, moribundo, lejos de un cuerpo al que bombear sangre, luchando por vivir, muriendo en soledad... Se acabaron los buenos días y las buenas noches. Se acabaron... La chica se levantó del banco, se secó las lágrimas, hizo una bola con el folio y lo tiró al suelo. Caminó hasta su casa sintiéndose triste, desolada, y tan cobarde como el peón negro... Lo que no sabía aún es que también era como la reina blanca... Porque todos tenemos algo de peón negro y algo de reina blanca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un peon puede con cualquier otra ficha por muchas que haya incluso contra un rey o reina solo tiene que jugar bien en la vida y cualquier peon puede convertirse en reina ^^

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